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“EL NEGRO HIZO SU TRABAJO, EL NEGRO SE PUEDE MARCHAR”

03/09/2008

Jorge Álvarez.- Nacido en Oviedo en 1960. Licenciado en Derecho y Experto en Comunicación Audiovisual. En la actualidad es Secretario Nacional de Acción Política y Comunicación del Frente Nacional.

“EL NEGRO HIZO SU TRABAJO, EL NEGRO SE PUEDE MARCHAR”

CONTESTACIÓN DE UN CATÓLICO AL OBISPO DE
SIGÜENZA-GUADALAJARA, MONSEÑOR JOSÉ SÁNCHEZ


Hace unos días, el ministro de Trabajo Celestino Corbacho efectuó unas declaraciones públicas en las que, básicamente, se mostró partidario de limitar las contrataciones de inmigrantes en origen para dar prioridad a la contratación de españoles en paro. Esta afirmación que no sería más que una consecuencia del principio de Preferencia Nacional que el Frente Nacional incluye como básico en su programa y que debería ser una aspiración de sentido común para cualquier gobernante, suscitó una gigantesca avalancha de críticas por parte de casi todo el mundo. Al señor Corbacho, para una vez que dice algo medianamente razonable, le llovieron palos desde todos lados, hasta desde su propio partido.

Pero el ataque más feroz, sin duda, provino de nuestra jerarquía eclesiástica. Y, como últimamente la Conferencia Episcopal se está mostrando muy perseverante en su propósito de confundir a los católicos en el delicado de tema de la inmigración, entiendo que es hora de que de alguna forma, alguien les ponga a nuestros obispos los puntos sobre las íes.

La sarta de majaderías que acerca de la inmigración lleva pronunciando en los últimos años el Presidente de la Comisión Episcopal de Migración Monseñor José Sánchez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara, alcanzó ya un nivel esperpéntico con su respuesta al ministro Corbacho. Buscando con afán sensacionalista un titular llamativo resumió su crítica a la propuesta con la frase “el negro hizo su trabajo, el negro se puede marchar”. Según el prelado los inmigrantes que llegan a un país en las épocas en las que se necesita mano de obra deben tener el derecho a quedarse para siempre, incluso en las épocas en los que no haya trabajo ni para los naturales del país de acogida. Esta necedad es impropia de la dignidad inherente a un alto cargo de la jerarquía católica.

Los inmigrantes abandonan su país porque saben que tienen más posibilidades de prosperar rápidamente en otro. El país de acogida no los invita, son ellos quienes deciden lanzarse a una aventura incierta en la que intuyen que tienen más posibilidades de enriquecerse. Ninguno acude movido por el deseo de contribuir a la prosperidad material del país de acogida, sino por el de aprovecharse de unas circunstancias económicas y de unas infraestructuras sociales que considera mejores que las de su país de origen. Hay un móvil esencialmente egoísta en el inmigrante que únicamente busca su promoción personal. Poco le importa si el país de destino puede acoger a muchos como él y menos aún le importa desertar de su patria privándola de su fuerza de trabajo para el futuro.

En definitiva, Monseñor, los inmigrantes no vienen a hacernos ningún favor, por lo que no existe ninguna razón para tratarlos con una deferencia mayor que la que se debe aplicar a una mera relación de intereses económicos. Si vienen a aprovecharse de una coyuntura económica favorable para prosperar, es lógico que deban irse cuando el ciclo cambia hacia peor y sus servicios ya no son necesarios.

Resulta muy triste oír a un Obispo pronunciar una frase tan tramposa y malintencionada como la de “el negro hizo su trabajo, el negro se puede marchar”, porque de una forma torticera está dando a entender que los españoles nos aprovechamos de los inmigrantes cuando nos interesa y nos desprendemos de ellos cuando ya no nos interesan; está dando a entender que los inmigrantes son tratados casi como esclavos, cuando la realidad es muy diferente.

Son los inmigrantes los que se aprovechan de unas circunstancias favorables de desarrollo de un país ajeno, circunstancias que ellos no contribuyeron a crear y de las que vienen a beneficiarse cuando ya están en marcha, gracias al esfuerzo de los naturales de ese país. Son los inmigrantes quienes, no siendo capaces de reproducir en su nación, bien sea por falta de iniciativa propia o por incapacidad de sus dirigentes, las circunstancias económicas favorables que encuentran en el país de acogida, se benefician de ellas mientras pueden.

Monseñor Sánchez da a entender que los inmigrantes trabajan gratis y que permanecen al margen del estado de bienestar del país de acogida, cuando es obvio que no es así. Cobran por su trabajo y se benefician de las instituciones sociales que aquí hemos creado y que ellos no han sido capaces de articular en sus países de origen. Los inmigrantes son los primeros que buscan a toda costa la mayor remuneración posible a corto plazo prescindiendo casi siempre de cualquier otra consideración. No dudan en abandonar de un día para otro un trabajo, si encuentran otro en el que pueden ganar tan sólo un poco más. Cuestiones que hacen a muchos trabajadores españoles preferir un puesto de trabajo a veces peor remunerado como son el arraigo a la tierra, a la familia o incluso a una empresa en la que pueden desarrollar sus habilidades y llegar a prosperar, suelen ser desconocidas por los inmigrantes. El lucro personal rápido es su principal aspiración.

Los costes sociales que generan los inmigrantes y sus numerosas familias son además enormes y es lógico que una economía sólo esté dispuesta a asumirlos si se compensan con lo que su trabajo aporta. Cuando se invierte el ciclo y los inmigrantes pierden sus trabajos, según Monseñor Sánchez, los españoles debemos sacrificarnos para que ellos puedan seguir aquí recibiendo prestaciones y ayudas sociales, incluso cuando ya no aportan nada, incluso cuando nunca han pretendido aportar nada.

Ni tan siquiera en los momentos de bonanza es dudoso que los inmigrantes aporten algo a la nación de acogida. Es evidente que sí aportan bastante a los bolsillos de los empresarios que los contratan, pero al conjunto de la economía le resultan en general más gravosos que beneficiosos. Los inmigrantes revierten muy poco del dinero que ganan en el país de acogida. Es sabido que parte de ese dinero lo envían a sus países de origen pero, además, está demostrado que consumen muy poco, por lo que generan escasa riqueza en la sociedad. Sin embargo, usan masivamente los servicios públicos, en muchos casos casi copándolos en perjuicio de la población nacional del país receptor.

Pero todas estas evidencias, a nuestros obispos les traen sin cuidado. Es muy grave que sigan obstinándose en confundir a los católicos españoles haciéndoles creer que no se puede ser católico y a la vez posicionarse en contra de la absurda avalancha de extranjeros que asaltan nuestras fronteras cada día. Y es muy grave porque es mentira que sea así. Un católico tiene la obligación de tratar humanitariamente al inmigrante individualmente considerado, como ser humano que es, como hijo de Dios que es y como portador de valores eternos que es. Pero una cosa es el inmigrante ser humano y otra cuestión es el fenómeno político migratorio frente al cual un español cualquiera puede adoptar una postura favorable o restrictiva sin dejar de ser católico. Defender políticas migratorias restrictivas siempre desde el punto de vista del respeto a los inmigrantes como personas es una opción perfectamente defendible por un católico. Cosa bien distinta es que actualmente, las orientaciones pastorales de la Iglesia Católica recomienden a los fieles optar por la permisividad hacia el fenómeno. Pero es ésta una cuestión opinable, una mera recomendación que un católico puede ignorar sin por ello convertirse en un hereje. Es por ello importante que quienes somos católicos practicantes tengamos muy claro que las opiniones de la jerarquía eclesiástica en temas políticos que no afectan a cuestiones esenciales de Fe no son vinculantes.

Finalmente es importante entender que un católico puede criticar a la jerarquía católica o a alguno de sus miembros siempre desde posiciones también católicas. Por ejemplo, no se es mal católico por poner a caer de un burro a un obispo que hace declaraciones contrarias a la Unidad de España. No pasa nada, se puede hacer; es más, se debe hacer.

Y tampoco se es mal católico cuando se le dice a Monseñor Sánchez que su ocurrencia “el negro hizo su trabajo, el negro se puede marchar”, está mejor expresada en la forma que sigue:

“¿El negro hizo su trabajo? ¿Cobró el negro lo acordado por su trabajo? Entonces, efectivamente, el negro se puede marchar”.

Y tal vez pueda regresar cuando vuelva a hacer falta, si es que entonces él quiere, claro.
Autor: Jorge Álvarez
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