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“EL EXPOLIO DE PALESTINA Y LA ELECCIÓN MORAL"

07/01/2009

Jorge Álvarez.- Nacido en Oviedo en 1960. Licenciado en Derecho y Experto en Comunicación Audiovisual. En la actualidad es Secretario Nacional de Acción Política y Comunicación del Frente Nacional.

“EL EXPOLIO DE PALESTINA Y LA ELECCIÓN MORAL"

“Nadie será arbitrariamente privado de su propiedad”.
Artículo 17.2. de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.



En el primer tercio del siglo XVII los indios de la costa Este de Norteamérica se encontraron con la sorprendente aparición de unos extraños individuos de tez pálida y pobladas barbas que vestían estrafalarios ropajes, manejaban extraños artefactos y hablaban una lengua incomprensible. Habían llegado en gigantescas canoas con sus igualmente extravagantes esposas e hijos. Estas exiguas comunidades de colonos británicos padecieron severísimas privaciones durante los primeros inviernos en las costas de Nueva Inglaterra y de Virginia. Muchos de ellos fallecieron de hambre y de frío y los primeros asentamientos anglosajones en América estuvieron al borde del fracaso. La actitud amistosa de los indios hacia los recién llegados resultó providencial para la subsistencia a la larga de las colonias.

Pero según nuevas familias de colonos iban llegando, los asentamientos se expandían hacia el interior, hacia las tierras de caza de los indios. Para cuando éstos quisieron reaccionar, ya era demasiado tarde. En sucesivas guerras contra ellos, los colonos anglosajones los fueron exterminando sin piedad y ampliando la frontera hacia el Oeste. Los indios del interior acabaron corriendo la misma suerte que los del Este. Al igual que a los pequots y a los hurones de Nueva Inglaterra y a los wampanoag de Virginia, ya en el siglo XIX les tocó el turno a los sioux, cheyennes, apaches… En sus desiguales enfrentamientos con los hombres blancos aprendieron que la principal amenaza para su libertad no eran tanto los soldados de azul como las aparentemente inofensivas familias de colonos que se instalaban en sus territorios de caza. A fin de cuentas, los primeros sólo llegaban para proteger a los segundos. Nadie ha podido discutir jamás el derecho de los indios a destruir los ranchos y explotaciones de los intrusos. Sin embargo, la superioridad numérica y tecnológica de los colonizadores selló su suerte. La inmensa mayoría fueron exterminados. Los que sobrevivieron fueron encerrados en reservas, auténticos guetos en páramos estériles en los que morían víctimas de las carencias y de la tristeza que asolaba sus corazones de cazadores libres.

Palestina, a principios del siglo XX era uno más de los territorios controlados por el decadente Imperio Otomano. Una inmensa mayoría de musulmanes convivía en paz desde hacía siglos con cristianos, drusos y con los escasísimos judíos ortodoxos que habían permanecido en Palestina y que concentrados en la ciudad de Jerusalén vivían absortos en el estudio del Talmud y la Torá y dedicados a una modestísima vida contemplativa y carente de ambiciones materiales.

Pero a finales del siglo XIX otro tipo de judíos comenzó a instalarse entre los palestinos. A diferencia de los judíos piadosos que llevaban siglos en Palestina, estos recién llegados no aspiraban a la vida ascética. Codiciaban el territorio que según ellos, Yahvé les había otorgado en exclusividad. Se trataba de los primeros colonos sionistas, financiados por millonarios judíos como el barón de Rothschild o el barón de Hirsch.

La propaganda sionista de aquellos tiempos difundió entre la opinión pública del mundo occidental, a fin de allanar obstáculos morales a sus objetivos, la mentirosa consigna de: “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Sin embargo, la realidad era muy diferente y los sionistas lo sabían. En la “tierra sin pueblo” habitaban a principios del siglo XX casi medio millón de árabes, la mayoría musulmanes.

Al principio, los árabes de Palestina, totalmente desprevenidos, acogieron a los primeros colonos judíos con simpatía, en el peor de los casos con indiferencia y casi nunca con hostilidad. Al igual que los incautos indios de América, desconocían las verdaderas intenciones de los recién llegados.

En el cambio de siglo había ya unos 40.000 colonos sionistas. Veinte años después, hacia principios de la década de los años veinte, había ya cerca de 90.000. Y en 1931 ya pasaban de los 130.000. Entonces, los árabes palestinos empezaron a pensar que tal vez estaban a punto de padecer un destino similar al de los indios de Norteamérica… pero ya era tarde. No sólo no pudieron impedir la llegada de nuevos intrusos. Con el final de la Segunda Guerra Mundial cerca de medio de millón de judíos europeos sobrevivientes de las persecuciones fueron enviados a Palestina después de que ninguna nación occidental, incluidos los Estados Unidos, aceptara hacerse cargo de ellos. Los británicos, mandatarios de Palestina no veían con buenos ojos esta medida, pues eran conscientes de que soliviantaría a las masas árabes de todo Oriente Próximo. Pero las presiones del presidente Truman, que se hallaba en plena carrera electoral y necesitaba el dinero y el voto del lobby judío americano, sellaron la suerte de los palestinos. Truman ganó a su rival republicano Thomas Dewey contra todo pronóstico las elecciones de 1948 y los palestinos perdieron para siempre el derecho a vivir en los hogares de sus antepasados. Con la puesta en marcha por la directiva sionista liderada por Ben Gurion del Plan Dalet, entre Abril de 1947 y finales de 1948, cerca de ochocientos mil palestinos fueron brutalmente expulsados de sus hogares y de sus tierras. En la guerra de agresión de 1967 otro millón más de palestinos fue de nuevo expulsado. Actualmente existen unos ocho millones de palestinos. Más de cuatro millones de ellos son refugiados, es decir, expulsados o descendientes de los que fueron expulsados de sus casas y de sus propiedades. En la práctica, Gaza, con su millón y medio de seres humanos hacinados en condiciones de pobreza extrema es una mezcla siniestra de campo de refugiados… y de reserva india.

No cabe duda de que tanta injusticia no habrá de quedar impune. Los indios que sobrevivieron al exterminio se dejaron morir de pena. Los palestinos, en cambio, siguen luchando y siguen teniendo hijos que también continúan luchando en el lugar de los que son abatidos.

La elección moral no es difícil. Aunque sigue habiendo mucha gente que prefiere apoyar a los expoliadores antes que a los expoliados. Allá cada cual con su conciencia.
Autor: Jorge Álvarez
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